jueves, 22 de marzo de 2012

EL YO TRIADICO: LA TRÍADA DEL PENSAMIENTO


LA TRÍADA DEL PENSAMIENTO:


Hemos de estar dispuestos a liberarnos de la vida que hemos planeado para llevar la vida que nos espera.
JOSEPH CAMPBELL

    INTERÉS/ PREOCUPACIÓN: Estrategias y creencias.
    PROBLEMAS DE: Inseguridad y ansiedad.
    BUSCA: Seguridad.
    SENTIMIENTO SOTERRADO: Miedo.

Si la tríada del instinto se ocupa de mantener un sentido de sí mismo y la tría­da del sentimiento de mantener una identidad personal, la tríada del pensa­miento se ocupa de encontrar sentido de orientación interior y apoyo. Los sen­timientos dominantes en los tipos Cinco, Seis y Siete son la ansiedad y la inseguridad. Para decirlo de otro modo, a los tipos de la tríada del instinto les interesa resistirse a aspectos del presente; los tipos de la tríada del senti­miento están orientados hacia el pasado porque se han construido una ima­gen a base de recuerdos e interpretaciones del pasado; los tipos de la tríada del pensamiento están más preocupados por el futuro, como si preguntaran:
«¿Qué me va a ocurrir? ¿Cómo voy a sobrevivir? ¿Cómo prepararme para evitar que ocurran cosas malas? ¿Cómo avanzar en la vida? ¿Cómo arreglár­melas?».
La tríada del pensamiento se ha desconectado de los aspectos de nuestra verdadera naturaleza que en algunas tradiciones espirituales llaman la mente callada. La mente callada es la fuente de orientación interior que nos da la ca­pacidad de percibir la realidad tal como es. Nos permite ser receptivos a un conocimiento interior capaz de orientar nuestra acción. Pero así como rara vez estamos totalmente presentes en el cuerpo o en el corazón, rara vez acce­demos a esa cualidad de la mente callada y espaciosa; por el contrario, en la mayoría de nosotros la mente es una parlanchina, y por eso hay personas que pasan años en monasterios o en retiros para acallar sus mentes inquietas. En la personalidad, la mente no está callada y no «sabe» naturalmente; vive tra­tando de inventar alguna estrategia o fórmula para poder hacer aquello que crea que le permitirá funcionar en el mundo.

DIRECCIONES DE LA «HUIDA» EN LA TRIADA DEL PENSAMIENTO

Los tipos Cinco, Seis y Siete no logran tranquilizar sus mentes. Esto es un problema porque la mente callada nos permite sentirnos enormemente apoyados; en la mente callada surgen el conocimiento y la orientación inte­rior, y eso nos da seguridad para actuar en el mundo. Cuando están bloquea­das estas cualidades sentimos miedo. Sus reacciones al miedo distinguen a los tres tipos de la tríada del sentimiento.
El tipo Cinco reacciona retirándose de la vida y reduciendo sus necesi­dades personales; se cree demasiado frágil y poca cosa para sobrevivir a salvo en el mundo; el único lugar seguro es su mente, por lo tanto acumula allí lo que cree que le ayudará a sobrevivir hasta estar preparado para volver al mun­do. Los Cinco también piensan que no tienen suficiente para satisfacer las exigencias de la vida práctica. Se retiran hasta que logran saber algo o domi­nar alguna habilidad que les permita sentirse lo suficientemente seguros para salir del escondite.
El tipo Siete, por el contrario, se enfrenta a la vida y parece no tener miedo de nada. Al principio parece raro que los Siete estén en una tríada a cuyos tipos les afecta tanto el miedo, puesto que por fuera son muy aventureros. Pero, a pesar de las apariencias, tienen muchísimo miedo, aunque no del mundo exterior: tienen miedo de su mundo interior, de quedar atrapados en el dolor emocional, en la aflicción y, sobre todo, en sentimientos de ansiedad. Por lo tanto escapan sumergiéndose en la acti­vidad y la expectación de la actividad. Inconscientemente, el Siete inten­ta mantener ocupada la mente para que no afloren sus ansiedades y dolo­res soterrados.
En el tipo Seis, el central de esta tríada (situado en el vértice del trián­gulo equilátero), la atención y la energía están dirigidas hacia dentro y hacia fuera. Por dentro el Siete se siente angustiado, por lo cual se lanza a la activi­dad externa y la expectación del futuro, como el Siete. Pero una vez hecho esto, finalmente teme cometer errores y ser castigado o abrumado por exi­gencias impuestas, de modo que, como el Cinco, se «apresura a replegarse en sí mismo». Nuevamente lo asustan sus sentimientos y así continúa el ciclo reactivo, en que la ansiedad hace saltar su atención a su alrededor como una pelota de ping-pong.
Los tipos de la tríada del pensamiento tienden a tener problemas rela­cionados con lo que los psicólogos llaman la «fase de separación» del desa­rrollo del yo. En esta fase, alrededor de los dos a cuatro años de edad, los ni­ños comienzan a preguntarse: «¿Cómo puedo alejarme de la seguridad y cuidados de mamá? ¿Qué es seguro y qué es peligroso?». En circunstancias ideales, la figura paterna se convierte en apoyo y guía, la persona que ayuda al niño a desarrollar habilidades e independencia.
Los tipos de esta tríada representan las tres formas como los niños po­drían intentar negociar la fase de separación y superar la dependencia. El tipo Seis busca a alguien semejante a una figura paterna, una persona que sea fuerte, digna de confianza y autoritaria; así, los Seis se las arreglan con la pér­dida de orientación interior buscando orientación en los demás; buscan apoyo para independizarse, pero lo irónico es que tienden a depender justamen­te de la persona o el sistema que emplean para encontrar la independencia. El tipo Cinco está convencido de que el apoyo o es inasequible o indigno de confianza, de modo que trata de compensar la pérdida de orientación inte­rior resolviéndolo todo mentalmente y solo; pero dado que lo «va a hacer solo», cree que debe reducir la necesidad de y el aferramiento a alguien si quiere soltarse y ser independiente. El tipo Siete trata de soltarse buscando sustitutos del sustento y cuidado maternos; va tras aquello que crea que le hará sentir más satisfecho y seguro; al mismo tiempo, a la falta de orientación interior reacciona probándolo todo, como si mediante el proceso de elimi­nación pudiera descubrir la fuente de sustento y cuidado que busca secretamente.

fin del capítulo acerca del YO TRIADICO.

LA TRIADA DEL SENTIMIENTO


YO TRIADICO: LA TRÍADA DEL SENTIMIENTO


LA TRÍADA DEL SENTIMIENTO

Lo único que hemos de hacer es abandonar el hábito de considerar real lo que es irreal. Todas las prácticas religiosas tienen por única finalidad ayudarnos en esto. Cuando dejemos de considerar real lo que es irreal quedará la realidad sola y eso seremos.
RAMANA MAHARSHI

    INTERÉS/ PREOCUPACIÓN: Amor al yo falso e imagen propia.
    PROBLEMAS DE: Identidad y hostilidad.
    BUSCA: Atención.
    SENTIMIENTO SOTERRADO: Vergüenza.

En la tríada del instinto vimos cómo rara vez ocupamos de verdad nuestro cuerpo y estamos presentes con plena vitalidad. Del mismo modo, rara vez nos atrevemos a estar totalmente en el corazón. Cuando lo estamos suele ser algo avasallador; por lo tanto, sustituimos el poder del verdadero sentimien­to por todo tipo de reacciones. Este es el dilema principal de la tríada del sen­timiento, la de los tipos Dos, Tres y Cuatro.
En el plano más profundo, las cualidades del corazón son la fuente de nuestra identidad. Cuando uno abre el corazón sabe quién es y «quien es» no tiene nada que ver con lo que los demás piensan de uno y nada que ver con la historia pasada. Uno tiene una cualidad particular, un sabor, algo que es único e íntimamente propio. Es mediante el corazón que reconocemos y va­loramos nuestra verdadera naturaleza.
Cuando estamos conectados con el corazón nos sentimos amados y va­lorados. Además, como enseñan las grandes tradiciones espirituales, el cora­zón revela que somos amados y valorados. Nuestra participación de la natura­leza divina significa que no sólo somos amados por Dios, sino también que la presencia del amor mora en nosotros, somos los conductos por los cuales entra el amor en el mundo. Cuando tenemos cerrado y bloqueado el corazón no sólo perdemos contacto con nuestra verdadera identidad, sino que ade­más no nos sentimos amados ni valorados. Esta pérdida es insoportable, por lo tanto interviene la personalidad para crear una identidad sustituía y en­contrar otras cosas que nos den sensación de valía, generalmente buscando la atención y la afirmación externas de los demás.
Así pues, los tres tipos de personalidad de la tríada del sentimiento están interesados ante todo en el desarrollo de su imagen. Compensan su falta de conexión más profunda con las cualidades esenciales del corazón erigiendo una falsa identidad e identificándose con ella. Entonces presentan esa ima­gen a los demás (y a sí mismos) con la esperanza de atraer amor, atención, aprobación y sensación de valía.
Desde el punto de vista psicológico, los tipos Dos, Tres y Cuatro son los más preocupados por su «herida narcisista», es decir, por lo que no se valoró de ellos en su infancia. Dado que nadie se gradúa de la infancia sin una he­rida narcisista de cierta envergadura, de adultos tenemos muchísima dificul­tad para ser auténticos los unos con los otros. Permanece el temor, una vez todo dicho y hecho, de que en realidad estemos vacíos y no valgamos nada. La trágica consecuencia de esto es que casi nunca nos vemos ni nos dejamos ver mutuamente, seamos del tipo que seamos. Reemplazamos lo que somos por una imagen, como si dijéramos al mundo: «Esta imagen soy yo. Te gusta, ¿verdad?». Es posible que los demás nos aprueben (es decir, que aprueben nuestra imagen), pero mientras no nos identifiquemos con nuestra persona­lidad, siempre quedará algo más profundo sin validación.
Los tipos de la tríada del sentimiento nos presentan tres soluciones diferentes para este dilema: complacer a los demás para caerles bien (tipo Dos); realizar cosas y sobresalir de algún modo para conseguir admira­ción y validación (tipo Tres), o tener una compleja historia sobre uno mismo y dar tremenda importancia a todas las características personales (tipo Cuatro).
Los dos temas principales de esta tríada entrañan problemas de identidad («¿Quién soy?») y de hostilidad («Te odio porque no me amas como yo quie­ro»). Dado que en su inconsciente los tipos Dos, Tres y Cuatro saben que su identidad no es una expresión de lo que son realmente, reaccionan con hos­tilidad siempre que no se valora su personalidad-identidad. La hostilidad les sirve para desviar la atención de las personas que podrían poner en duda o subvalorar su identidad y para defenderse de los sentimientos más profundos de vergüenza y humillación.
El tipo Dos busca valía en la buena opinión de los demás. Desea ser de­seado; trata de obtener reacciones favorables dando a los demás su energía y atención. Busca reacciones positivas a sus gestos de amistad, ayuda y bondad con el fin de fortalecer su autoestima. El enfoque de sus sentimientos es ha­cia fuera, hacia los demás, pero la consecuencia es que suele tener dificultad para saber qué le dicen sus sentimientos. También se siente a menudo poco valorado, aunque hace todo lo posible por ocultar la hostilidad que esa sen­sación le genera.
El tipo Cuatro es lo contrario: su energía y su atención las dirige hacia dentro para mantener una imagen basada en sentimientos, fantasías e histo­rias del pasado. Su personalidad-identidad se centra en «ser distinto», y en consecuencia suele sentirse distanciado de los demás. Tiende a generar y sos­tener estados de ánimo o humor en lugar de permitir que surjan los senti­mientos que están realmente presentes. Los Cuatro menos sanos suelen con­siderarse víctimas y prisioneros de su pasado; creen que no tienen esperanza de ser de otro modo debido a todas las tragedias y abusos que han sufrido. Así también atraen hacia sí atención y lástima y, por lo tanto, cierto grado de validación.
El tipo Tres, el del centro de esta tríada (situado en el vértice del trián­gulo equilátero), dirige su atención y energía hacia dentro y hacia fuera. A se­mejanza de los Dos, necesita reacciones y opiniones positivas y validación de los demás. El Tres busca principalmente la valía mediante logros; desarrolla ideas sobre cómo sería una persona valiosa y luego trata de ser esa persona. Pero también «su conversación interior consigo mismo» es muy activa, para generar y mantener así un cuadro interno de sí mismo coherente, como el Cuatro. También corre el riesgo de «creerse su propia propaganda» más que la verdad.

DIRECCIÓN DE LA IMAGEN PROPIA EN LA TRÍADA DEL SENTIMIENTO

Pese a las diversas imágenes que presentan estos tipos, en el fondo todos se sienten sin valía, y muchos de los hechos de su personalidad son intentos de disfrazarse, para ocultarse de sí mismos y de los demás. Los Dos obtienen una sensación de valía diciendo: «Sé que valgo porque los demás me quieren y me valoran. Hago el bien a los demás y me lo agradecen»; son salvadores. En el lado opuesto del espectro, los Cuatro son los salvados-, se dicen: «Sé que valgo porque soy único, distinto a todos los demás. Soy especial porque al­guien se coma el trabajo de salvarme; alguien se toma la molestia de preocu­parse por mi aflicción, eso quiere decir que me lo merezco». Los Tres son mo­delos de quienes no necesitan ser salvados, como si dijeran: «Sé que valgo porque consigo las cosas, no tengo nada mal. Valgo debido a lo que realizo». Pese a sus métodos individuales para «fortalecer la estima propia», a estos tres tipos les falta amor por sí mismos.
Mientras los tipos de la tríada del instinto tratan de controlar senti­mientos de rabia, los de la tríada del sentimiento tratan de contender con sentimientos de vergüenza. Cuando en la primera infancia no están reflejadas las cualidades esenciales auténticas, llegamos a la conclusión de que hay algo malo en nosotros; el sentimiento resultante es la vergüenza. Procurando sen­tirse valiosos mediante su imagen propia, estos tipos pretenden escapar a los sentimientos de vergüenza. Los Dos son superbuenos, tratan de atender y servir a los demás para no sentir vergüenza; los Tres se hacen perfectos en su actuación y sobresalientes en sus logros para poder resistir la vergüenza, y los Cuatro evitan los sentimientos más profundos de vergüenza dramatizando sus pérdidas y heridas y considerándose víctimas.


EN LA PRÓXIMA ENTRADAS VEREMOS: LATRÍADA DEL PENSAMIENTO

EL YO TRIADICO Y LOS CENTROS

EL YO 
TRIÁDICO 

 Si los seres humanos fuéramos capaces de permanecer centrados en nuestra unidad esencial no tendríamos necesidad del eneagrama. Pero sin trabajar en nosotros no podemos centrarnos. Una percepción universal de las grandes tradiciones espirituales es que la naturaleza humana está dividida, en contra de sí misma y en contra de lo divino. De hecho, nuestra falta de uni¬dad es más característica de nuestra realidad «normal» que de nuestra unidad esencial.
Con sorpresa el símbolo del eneagrama toma en cuenta ambos aspectos de la naturaleza humana, en su unidad (el círculo) y en la forma en que está dividida (el triángulo y la hexada). Cada parte del eneagrama nos re¬vela verdades psicológicas y espirituales acerca de quienes somos, profundi¬zando nuestra comprensión de nuestra difícil situación a la vez que nos su¬giere soluciones.
En esta entrada examinaremos las principales formas en que se ha dividido la unidad original de la psique humana: en tríadas, grupos diferentes de tres. Los nueve tipos no son categorías aisladas, sino que están relacionadas de modos extraordinariamente ricos y profundos cuyos sentidos trascienden los tipos psicológicos individuales.
 LAS TRIADAS

Las tríadas son importantes para el trabajo de transformación porque es­pecifican dónde está nuestro principal desequilibrio; representan los tres principales grupos de problemas y defensas del ego, y revelan las principa­les maneras en que contraemos nuestra percepción y nos limitamos.


Esta primera agrupación de tipos se fundamenta en los tres componentes básicos de la psique humana: instinto, sentimiento y pensamiento. Según la teoría del eneagrama, estas tres funciones están relacionadas con «centros» sutiles del cuerpo humano, y la personalidad se fija principalmente en uno de esos centros. Los tipos Ocho, Nueve y Uno constituyen la triada del instinto; los tipos Dos, Tres y Cuatro forman la tríada del sentimiento y los tipos Cinco, Seis y Siete son la triada del pensamiento. Vale la pena observar que la medicina moderna también divide el cerebro humano en tres componentes básicos: el cerebro primitivo o instintivo; el sistema límbico o cerebro emocional y el córtex cerebral o parte pensante del cerebro. Algunos profesores del eneagrama denominan también los tres centros como cabeza, corazón y vísceras, o centros del pensar, del sentir y del hacer respectivamente.
Sea cual sea nuestro tipo, nuestra personalidad contiene los tres componentes: instinto, sentimiento y pensamiento. Los tres se relacionan mutuamente y no podemos trabajar uno sin influir en los otros dos. Pero a la mayoría, atrapados como solemos estar en el mundo de la personalidad, nos cuesta distinguir esos componentes. Nada en nuestra educación moderna nos ha enseñado a hacerlo.
Cada una de estas tríadas representa una gama de capacidades o funciones esenciales que se han bloqueado o distorsionado. La personalidad, entonces, trata de llenar los huecos donde se ha bloqueado nuestra esencia, y la tríada en que está nuestro tipo indica dónde actúan con más fuerza las constricciones a nuestra esencia y el relleno artificial de la personalidad. Por ejemplo, en el caso de una persona tipo Ocho, se le ha bloqueado la cualidad esencial de la fuerza; entonces interviene su personalidad, que intenta imitar la verdadera fuerza, hace que actúe con dureza y que se imponga a veces de modo no apropiado. La falsa fuerza de su personalidad ha tomado el mando y ocultado el bloqueo de la verdadera fuerza, incluso a la propia persona. Mientras no comprenda esto, esta persona no podrá reconocer ni recuperar su fuerza esencial auténtica. De modo similar, cada tipo de personalidad reemplaza otra cualidad esencial por una imitación con la que se identifica y trata de hacer lo mejor posible. Paradójicamente, si el tipo de una persona está en la tríada del sentimiento, eso no significa que tenga más sentimiento que los demás. De igual modo, si alguien está en la tríada del pensamiento no por eso es más inteligente que los demás. En realidad, en cada tríada, la función que le corresponde (instinto, sentimiento o pensamiento) es la función que con más fuerza ha formado el ego a su alrededor y es por lo tanto el componente de la psique menos capaz de funcionar libremente.



La vida animal apoya todos los intereses espirituales.
 GEORGE SANTAYANA  


LOS TEMAS PRINCIPALES DE LAS TRES TRIADAS 
La triada del instinto 
Los tipos Ocho, Nueve y Uno procuran resistirse a la realidad (crean¬do límites para el yo basados en tensiones físicas). Estos tipos tienden a tener problemas de agresividad y represión; bajo las defensas del ego llevan muchísima ira.
La triada del sentimiento
Los tipos Dos, Tres y Cuatro están interesados en su imagen (apego al falso o supuesto yo de su personalidad). Creen que las historias sobre ellos y sus supuestas cualidades son su verdadera identidad; bajo las de¬fensas de su ego llevan muchísima vergüenza.
 La triada del pensamiento
 Los tipos Cinco, Seis y Siete tienden a la ansiedad (experimentan falta de apoyo y orientación). Se entregan a comportamientos que ellos creen que van a mejorar su seguridad; bajo las defensas de su ego llevan muchísimo miedo.



Cuando uno describe o explica o sólo siente interiormente su «yo», lo que hace en realidad, lo sepa o no, es trazar un límite o frontera mental en el campo de su experiencia, y todo lo que queda dentro de ese limite es lo que se siente o se llama «yo», mien¬tras todo lo que queda fuera de ese límite se siente o se llama «no yo». En otras palabras, la identi¬dad del yo depende totalmente de dónde se traza el limite fronterizo.
 KEN WILBER


LA TRIADA DEL INSTINTO:
Los tipos Ocho, Nueve y Uno se han formado en torno a deformaciones de sus instintos, que son la raíz de nuestra fuerza vital y vitalidad. La tríada del instinto tiene que ver con la inteligencia del cuerpo, con el funcionamiento básico vital y la supervivencia.
El cuerpo tiene un papel importantísimo en todas las formas de trabajo espiritual auténtico, porque devolver conciencia al cuerpo afirma la cualidad de la presencia. El motivo es bastante obvio: mientras la mente y los senti­mientos pueden vagar hacia el pasado o hacia el futuro, el cuerpo sólo existe en el aquí y el ahora, en el momento presente. Este es uno de los motivos funda­mentales de que prácticamente todo trabajo espiritual importante comience con retornar al cuerpo y conectar más con él.
Además, los instintos del cuerpo son las energías más potentes con las que tenemos que trabajar. Cualquier transformación verdadera ha de contar con ellos y cualquier trabajo que no los tome en cuenta con seguridad crea­rá problemas.
El cuerpo tiene una inteligencia y una sensibilidad pasmosas, y también posee su propio lenguaje y su forma de conocer. En las sociedades indígenas, como las tribus aborígenes de Australia, las personas han conservado una re­lación más franca con la inteligencia del cuerpo. Se han documentado casos de personas que han sabido en sus cuerpos que uno de sus parientes sufría una herida o lesión a muchos kilómetros de distancia. Este conocimiento corporal les ha permitido ir hasta la persona lesionada para auxiliarla.
En las sociedades modernas la mayoría estamos casi totalmente separa­dos de la sabiduría de nuestro cuerpo. El término psicológico para designar esto es disociación; en el lenguaje cotidiano lo llamamos irse, marcharse. En un día ajetreado y estresante, es posible que sólo sintamos el cuerpo si hay dolor corporal. Por ejemplo, normalmente no nos fijamos en que tenemos pies a menos que los zapatos nos queden demasiado estrechos. Pese a que la espalda es muy sensible, por lo general no tenemos conciencia de ella a no ser que recibamos un masaje, o tengamos una insolación o una lesión en ella, y a veces ni siquiera así.
Cuando de veras habitamos nuestro centro instintivo, es decir, cuando ocupamos totalmente nuestro cuerpo, este nos da una profunda sensación de plenitud, estabilidad y autonomía o independencia. Cuando perdemos con­tacto con nuestra esencia, la personalidad intenta «llenarla», proporcionando una falsa sensación de autonomía.
Para darnos esa falsa sensación de autonomía, la personalidad crea lo que en psicología se llama límites del ego. Con esos límites del ego podemos decir: «Esto soy yo y eso no soy yo. Eso no es yo, pero esta sensación (o pen­samiento o sentimiento) sí soy yo». Por lo general creemos que esos límites se corresponden con la piel y por lo tanto con las dimensiones del cuerpo, pero eso no siempre es así.
Esto se debe a que notamos tensiones habituales, no necesariamente los contornos del cuerpo. También podríamos notar que casi no tenemos sensa­ciones en algunas partes del cuerpo: se perciben insensibles, vacías. La verdad es que siempre llevamos con nosotros una sensación del yo que tiene poco que ver con cómo es en realidad nuestro cuerpo, donde está o qué estamos haciendo. El conjunto de tensiones internas que genera nuestro sentido in­consciente del yo es el cimiento de la personalidad, la primera capa.
Si bien todos los tipos emplean límites del ego, los tipos Ocho, Nueve y Uno lo hacen por un motivo particular: intentan usar su voluntad para influir en el mundo sin dejarse influir por él. Tratan de influir en su entorno, de re­hacerlo, de controlarlo, de refrenarlo, sin que este influya en su sentido de identidad. Para decirlo de otro modo, estos tres tipos se resisten, de diferentes modos, a la influencia de la realidad. Tratan de crear una sensación de inte­gridad y autonomía erigiendo un «muro» entre lo que consideran yo y lo que consideran no yo, aunque el lugar donde se levantan estos muros varía de tipo en tipo y de persona en persona.
Los límites del ego se clasifican en dos categorías. El primer límite está dirigido hacia fuera, y suele corresponder al cuerpo físico, aunque no siem­pre. Cuando nos cortamos las uñas o el pelo, o se nos extrae un diente, deja­mos de considerarlos partes de nosotros. A la inversa, es posible que subconscientemente consideremos partes nuestras a ciertas personas o pose­siones (casa, cónyuge o hijos), aunque ciertamente no lo son.
El segundo límite está dirigido hacia dentro. Por ejemplo, decimos que «tuvimos un sueño», y no pensamos que somos el sueño. También considera­mos separados de nuestra identidad algunos pensamientos o sentimientos, mientras que nos identificamos con otros. Como es lógico, diferentes perso­nas se identifican con diferentes sentimientos o pensamientos. Una persona podría experimentar la rabia como parte de sí misma, mientras otra conside­ra la rabia algo ajeno a ella. Pero en todos los casos es importante recordar que estas divisiones son arbitrarias y resultado de los hábitos de la mente.
En el tipo Ocho, el límite del ego está principalmente dirigido hacia fuera, contra el entorno; el centro de atención es también externo. La consecuencia es una expansión y desbordamiento de la vitalidad del Ocho en el mundo. Los Ocho gastan energía constantemente para que nada pueda acercárseles demasiado y herirlos. Su actitud hacia la vida viene a decir: «Nada me va a dominar. Nadie va a penetrar mis defensas para herirme. Voy a estar en guar­dia». Cuanto más herido se sintió el Ocho en su infancia, más amplio será el límite de su ego y más difícil resultará a los demás llegar hasta él.
Las personas tipo Uno también tienen un límite contra el mundo exte­rior, pero están mucho más interesadas en mantener su límite interno. Todos te­nemos aspectos que no aprobamos o de los que desconfiamos, que nos an­gustian y de los que deseamos defendernos. Los Uno gastan muchísima energía tratando de contener ciertos impulsos inconscientes, tratando de im­pedir que afloren a la conciencia. Es como si se dijeran: «No quiero ese sen­timiento. No quiero tener esa reacción ni ese impulso». Generan muchísima tensión física para contener sus límites interiores y mantener a raya aspectos de su naturaleza interior.

DIRECCIONES DE LOS LÍMITES DEL EGO EN LA TRIADA DEL INSTINTO





EN LA PRÓXIMAS ENTRADAS SE VERÁ: LA TRIADA DEL SENTIMIENTO y LA TRIADA DEL PENSAMIENTO